Nacionalismo, patria y fronteras: cortina de humo en tiempos revueltos

Ya lo avisaban los medios de comunicación, y es que parece ser, que nos espera otro otoño cargado de independentismo catalán y nacionalismos varios. Bombardeados por cientos de consignas, enfrentamientos y debates viciados, aportamos unas pinceladas desde otra visión para enriquecer el debate.

Poniéndonos en antecedentes

¿Por qué preguntamos siempre, cuando alguien viene de fuera, “¿de dónde es?” ¿Por qué todo el mundo entiende el conflicto catalán con el Estado español como una cuestión de “identidad nacional”? ¿Por qué habitualmente se nos requiere presentar el Documento “Nacional” de Identidad (DNI)? ¿Por qué sus policías y sus ejércitos tienen bordados en sus uniformes insignias nacionales? ¿Por qué celebramos, o más bien, por qué sus medios de comunicación llaman a la movilización masiva en días como el 12 de octubre, el 6 de diciembre –día de la Constitución-, el día de Acción de Gracias en EEUU, la Diada catalana o el Aberri Eguna en Euskal Herria?

La respuesta es sencilla: nos hemos criado y desarrollado en un mundo de naciones, que encuentran su concreción en el Estado, auténtico sostén y corazón de toda nación que se reclame como tal y pretenda ser reconocida por otros estados, por otras naciones en, como decíamos, un “mundo de naciones”.

Pero esto no siempre ha sido así. La humanidad puede haber tenido siempre cariño por su lengua materna, por la tierra en la que se crio, por una serie de prácticas desarrolladas en comunidad que eran construidas de forma más o menos libre y siempre cambiantes a niveles locales y en constante influencia con comunidades vecinas. Pero los ricos y poderosos construyeron entonces a partir de estos sentimientos naturales los altares de la patria: las banderas, la tradición, los símbolos nacionales y el consiguiente centralismo. Empezaron a hablar de “voluntad nacional”. Pobres y ricos tenían más en común entre ellos por compartir una lengua, unas costumbres o una religión que por el hecho de ser pobres y compartir un enemigo común: los ricos que vivían a su costa.

Así el Estado y la nación se unieron definitivamente, culminando un proceso que duró siglos. La nación no se encontraba ya representada en una monarquía o un tirano, sino que emanaba de la “voluntad nacional” a través de la representatividad, la democracia y la renuncia a la soberanía del individuo en pos de las diversas estructuras de gobierno de los nuevos estados. La nación- el estado-nación- era un marco en el que encuadrar a todos los grupos sociales, sin distinciones, obviando las diferencias, las particularidades locales, otras formas culturales que chocasen con la nueva centralidad y, por supuesto, los antagonismos entre clases, entre explotados y explotadores que siempre habían articulado la vida social desde un tiempo inmemorial. Sería el Estado quien impondría qué era o no propio de la “cultura nacional”, en contarnos las míticas historias que justificaban, precisamente, la “nación”. Innumerables expresiones culturales y lenguas quedarían barridas de la historia en el nuevo mundo de naciones. Un precio a pagar por el Poder, que encontró en el patriotismo un magnífico aliado para motivar matanzas en formas de guerras entre los pobres y oprimidos de las distintas naciones que terminaron por asentarse en el mundo, culminando así un proceso histórico necesario para el asentamiento de una nueva fórmula política y social: el capitalismo.

Los nuevos y modernos estados, al calor de la nación, generaron una estructura burocrática y jerarquizada que definió un marco legal propicio para regular las nuevas fórmulas de explotación para saquear y proveer de recursos a las economías nacionales a través del expolio y la guerra. Y con los estados y las naciones, nacieron las fronteras.

El conflicto con el independentismo catalán

En apenas unos años la situación en Cataluña ha pegado un giro radical: de la famosa manifestación alrededor del “Parlament” en la que prácticamente se pedía la cabeza de Artur Mas, hemos pasado a ver como se elogia y se aplaude a ésta y a otras muchas personas de la misma clase dirigente, bajo la alianza de aquellos que se autoproclaman de izquierdas y anticapitalistas. Esa alianza que puso a Puigdemont en el poder y ahora a Quim Torra, actual presidente de la Generalitat.

Las participativas manifestaciones en contra de los recortes, se han visto sustituidas por extrañas confraternizaciones entre personas de muy distinto corte social; ricos y pobres, gobernantes y gobernados bajo un mismo grito: el independentismo catalán por encima de cualquier otra prioridad, algo que ha desplazado la cuestión social por la soberanista sin muchos miramientos.

Aprovechándose de las movilizaciones en la calle y de una sociedad catalana históricamente conocida por su terquedad y afán de movilización (sea cual fuera su discurso y objetivos en cada momento), se lanza un cacao de consignas e ideas difusas que terminan por hipnotizar hasta a los más críticos del sistema: el “derecho a decidir”, el independentismo, la lengua y el nacionalismo eclipsan la totalidad del debate social en Cataluña y en el resto del estado. Debate el cual no entiende de clases ni de intereses opuestos, si no que permite que actúen en perfecta armonía tanto trabajadores, migrantes, precarios, desahuciados, parados, la élite y burguesía catalana, feministas y provida.

Este auge del independentismo también se explica a que el “Govern” ha utilizado todos los medios a su alcance para poner sobre la mesa la cuestión nacional y, a través de la alianza con la CUP, han lanzado a los más fieles seguidores como quien lanza a miles de ovejas al matadero para poner la cara cuando los “mossos” cargan mientras ellos se refugian y alían de puertas para adentro. Esa masa, en gran parte, precaria, que encuentra afinidad y unión con sus opresores y culpables de la situación pero que, nublados bajo la sustancia del nacionalismo y el fervor que levanta, se olvidan de las prioridades vitales y terminan odiando a los demás oprimidos y amando a sus opresores con el pretexto de acudir a las urnas como respuesta a una prohibición anti-democrática y provocadora.

Otra parte del nacionalismo: las fronteras

Las fronteras han construido un mundo con puertas, candados, vallas electrificadas y “checkpoints”, en el constante empeño por parte del poder de controlar cómo, cuándo y de qué manera fluyen las mercancías y los seres humanos (que son tratados de la misma forma). No lo olvidemos, la cantidad de dinero, esfuerzos materiales y humanos, la multitud de instituciones trasnacionales (FRONTEX, en el caso europeo, por citar un ejemplo) destinadas a la vigilancia de las fronteras, no pretenden cerrarlas, más bien controlar sus flujos. Las guerras, las persecuciones y la miseria que provocan los desplazamientos masivos de poblaciones en busca de la supervivencia, son consecuencia directa del sistema y los intereses que hay detrás. Y estas consecuencias son reguladas mediante el Estado, su reglamentación y el consiguiente control de las fronteras. El capitalismo necesita del intercambio de mano de obra barata a la que explotar en los centros de trabajo o turistas a los cuales vender lugares como vulgares mercancías que consumir.

Para controlar esto, aparte de levantar muros vallas y puntos de acceso, se dota de toda una legislación destinada a establecer diferencias entre “los de fuera” y los “de aquí”. Leyes de extranjería, expulsión de inmigrantes, C.I.E.s, las tecnologías del control de las fronteras, archivos y registros, todo bajo la racionalidad y el orden democrático, quien apera y gestiona el racismo y la xenofobia en su justa medida. ¿Recordamos cuándo antes hablábamos de cómo el sentimiento nacional podía socavar los odios entre clases, entre dominados y dominadores? El racismo y la xenofobia buscan separarnos de nuestros iguales, como personas que sufren la explotación y la miseria, en base al color de la piel o el lugar de procedencia.

Tras la cortina de humo

Y es que, a pesar de todo, la vida sigue. Sigue exactamente igual de precaria para quienes lo era antes de todo este proceso, o “proces”. Sigue siendo igual de beneficiosa para todos los poderosos que articularon estas movilizaciones y las votaciones en Cataluña. Los desahucios, la gentrificación, la marginación, la mendicidad, el patriarcado y sus asesinatos diarios, el racismo y la xenofobia, la represión y presencia policial (ya sea catalana o española), los pobres en las cárceles y los ricos regocijándose de lo que roban a diario, la monarquía, la iglesia y todo se encuentra en el mismo lugar en el que lo dejaron. Porque si de una cosa carece, entre otras muchas, todo este rollo con Cataluña, es de propuesta alguna. Carece de todo tipo de soluciones y no desposee de privilegios a los mismos de siempre. Entonces ¿Por qué lanzarse al vacío ante proclamas sin sentido dirigidas a adormecer las conciencias y desviar la atención? Entre medias de todo ese jaleo independentista, la exaltación de patriotismo español en contraposición del catalán (y por qué no decir, el aumento de las ideas fascistas y racistas, consecuencia obvia en estos procesos políticos patrióticos y nacionalistas), los enfrentamientos en la calle entre los distintos “bandos” y las divisiones que esto está creando en los distintos tejidos sociales, se han sucedido cientos de acontecimientos sociales que han sido tapados, censurados y eclipsados. Y mientras sigamos prestando tanta atención a esto y a todo aquello que quieren que le prestemos, seguirán reuniéndose en despachos y aprobando cuantas medidas quieran para seguir perpetuando el mismo sistema de miseria y dominación. Da igual quien sea, si los de derechas, los de centro o los de izquierdas, porque el nacionalismo y el patriotismo español ya ha sido asimilado desde hace tiempo por una gran parte de la sociedad sin que ésta sea en absoluto consciente. Veremos a ver cuántos “sentires nacionales” tienen su hueco entremedias, y, sobre todo, a costa de qué.

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