El pensamiento no-psiquiátrico

Si pudiéramos preguntarle a Giorgio Antonucci su opinión sobre el marco teórico que sostiene la forma tradicional de enfrentar el sufrimiento psicoemocional, su respuesta sería “la psiquiatría es una ideología que carece de contenido científico, un no-conocimiento cuyo objetivo es la aniquilación de las personas”, asegura en su libro El prejuicio psiquiátrico, publicado en 2018 por primera vez en castellano por la editorial Katakrak. Médico y psicoanalista italiano, a Antonucci se le conoce (poco) como referente del pensamiento no-psiquiátrico, una corriente que lleva más allá la crítica de la antipsiquiatría al cuestionar la existencia de la enfermedad mental y los fundamentos mismos de la psiquiatría.

Trabajó desde los años 60 en diversos manicomios y hospitales de Italia, dedicándose a la apertura y el desmantelamiento de pabellones psiquiátricos, liberando a multitud de personas encerradas en ellos. “Nuestra actividad estaba principalmente dirigida a evitar todos los internamientos en manicomios, ocupándonos desde luego de los problemas sociales correspondientes”, aseguraba. Su método se basaba en la escucha y el acompañamiento, no solo con la persona afectada, “sino con todas las personas que estaban o podían estar implicadas en la situación: los familiares, los empleadores, los alcaldes, los sindicatos, los médicos de familia y todos aquellos que tenían relaciones importantes con la persona de la que nos ocupábamos”.

Antonucci considera la psiquiatría como ejercicio de poder que no puede entenderse sin ponerlo en relación con las condiciones sociales: “En el manicomio no estaban los ricos, sino las clases sociales más desfavorecidas”. Es esta toma de conciencia lo que permitió la creación de una red de solidaridades entre las luchas sociales y la lucha contra el manicomio, cuyo punto más interesante fueron las calate, visitas populares al Instituto Psiquiátrico San Lazzaro de Regio Emilia a principios de los 70.

Como afirma Massimo Paolini, el traductor de la obra de Antonucci, “la lucha antipsiquiátrica es una lucha contra el poder. Solo puede nacer en un ambiente popular, cuando las personas entienden que las víctimas de la psiquiatría y las de la explotación laboral son las mismas”. Paolini sostiene que “el manicomio, como otros lugares de aniquilación -el campo de concentración o el matadero- permite entender la violencia de nuestra época, y para entender el manicomio es necesario descifrar la psiquiatría”.

Según Antonucci, la psiquiatría basa su existencía en la intervención autoritaria, el medio a partir del cual ha desarrollado históricamente múltiples mecanismos de coerción. “La psiquiatría no se habría desarrollado si no hubiera existido la hospitalización forzosa”, afirma. Una vez dentro, la coerción continúa con psicofármacos “que paralizan las funciones nerviosas, por lo que resulta difícil decidir cualquier cosa y ya no consigues encontrar un punto de apoyo en ti mismo”; con electroshocks que “perturban el equilibrio cerebral generando una pérdida de presencia, un deambular aturdido y estúpido de un cuerpo vaciado”; y con inyecciones de insulina para “poner al indómito ingresado en estado de coma”.

Y, por supuesto, las correas. Las malditas correas con las que se ata a las personas ingresadas. Hoy a una cama, pero entonces tuvo que soltar a varias personas atadas a árboles de los manicomios. Cada vez que tomaba las riendas de un pabellón psiquiátrico de cualquier hospital realizaba un trabajo muy concreto: “Liberaba a todos y luego entregaba los medios de contención, porque mientras se guarden, aumque no se usen, tienen un potencial terrorista. Estos instrumentos de tortura deben salir de un pabellón hospitalario”.

Cada vez más malestares individuales y sociales son catalogados como trastornos o enfermedad mental. Un indicador de esta patologización social es la evolución del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM por sus siglas en inglés). Paolini nos ofrece un dato: “La primera edición del DSM, de 1952, era un libro de 130 páginas. La quinta edición, de 2013, es un volumen de mil páginas. Si estos diagnósticos no tuvieran consecuencias dramáticas, serían simplemente ridículos”. Para Antonucci, esto es una muestra más del uso ideológico de la psiquiatría, ya que “todas las personas pueden ser incluidas o excluidas de esta definición de enfermedad mental, que no tiene nada de científico, al menos debido a su indeterminación […]. Mientras siga considerándose la psiquiatría como una terapia, podremos abrir o desmantelas todos los manicomios, pero volverán a nacer bajo otra forma”.

Según el traductor de esta obra al castellano, “Antonucci es una de esas personas que se entregan en cuerpo y alma a la defensa de quienes no tienen poder sin pensar en su beneficio personal o en defender los intereses de la profesión. Desprofesionalizar la sociedad es cada vez más urgente”. La propuesta y el trabajo de Antonucci es totalmente radical. Como él mismo dice, es “un intento por entender las dificultades de la vida, tanto individual como social, para luego defender a las personas, cambiar la sociedad y dar vida a una cultura realmente nueva”.

Autor: Guillermo Vera

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