Abstenciones 2019: apuntes para un debate que no tendría que existir

La abstención vuelve a copar los titulares de la prensa, especialmente la de “izquierda”, asustada por la debacle electoral de Andalucía que ha dado a la “derecha” el gobierno en dicha comunidad autónoma tras cuarenta años de cesarismo socialista y por la irrupción de la derecha del P.P. (VOX) que está siendo usada como ariete contra el desencanto con las políticas de izquierda en aras de una supuesta “unidad antifascista”. Siniestramente se recuperan viejos eslóganes creados por el también siniestro Rodolfo Martín Villa (especialmente aquel que dice “si ahora no votas, luego no te quejes” anunciado en TV para las elecciones del año 1979) e hiperbólicas llamadas a parar “al fascismo” dirigidas muy especialmente al nuevo caladero masivo de votos izquierdistas: las mujeres. Por parte de “las derechas”, la cuestión catalana sirve de catalizador para el ascenso de la formación VOX, cuya omnipresencia mediática da mucho que pensar sobre cómo se dirige desde arriba el debate político y las cuestiones centrales que deben marcar la agenda de esta campaña electoral.

Los partidos de izquierda, especialmente el PSOE de Sanchez, tienden a culpar a los abstencionistas de la pérdida de confianza de sus potenciales votantes, tirando de argumentos falaces, pues por ejemplo, la abstención al no computar en el recuento general de votos no modifica las relaciones de fuerza expresadas en las urnas, es decir: cuando dicen “nuestro partido ha sido perjudicado por la abstención” o “la culpa de que haya ganado en votos la suma de las derechas y la ultraderecha ha sido de quienes no han ido a votar”, habría que decir que en realidad ha habido partidos (los de izquierda en este caso) que no han sido capaces de movilizar a sus potenciales electores y que esta desmovilización refleja, más allá de un cierto pasotismo o indiferencia al respecto de la política, también una desafección con los representantes y las reglas del juego democráticos.

Para encuadrar el asunto en sus parámetros exactos, echemos un vistazo a los datos. La participación en las diversas campañas electorales (generales, municipales y autonómicas, europeas) no es siempre igual, siendo las elecciones generales en las que más se moviliza el electorado (entre un 66 y un 80% de participación) seguidas de las autonómicas (63% al 73%) y por último las europeas, con niveles de participación inferiores al 60%. El abstencionismo no hace más que aumentar desde el año 2011, siendo la participación inferior al 70% (en las generales se han llegado a alcanzar los máximos de participación -80%- únicamente en las elecciones que dieron la victoria a Gonzalez en 1982, y registrándose niveles de participación superiores al 70% en las campañas de 1993, 1994, 2004 y 2008) lo que para el ministerio del interior quiere decir que estamos atravesando la etapa de desmovilización electoral más larga de la historia de España.

Muchos estudios coinciden en afirmar que esta abstención tiene un componente crítico con el sistema, y está encuadrada en sectores sociales que no se sienten representados en las políticas de Estado, llegando a producirse un “círculo vicioso de la abstención” (Justel): grupos sociales que se sienten menos representados dejan de votar, lo cual hace que sus intereses no sean tenidos en cuenta por los políticos (en aras de maximizar sus rendimientos electorales) lo que a su vez aumenta el sentimiento de exclusión y el rechazo a las urnas de estos sectores sociales… Para otros autores (Schattschneider, Burnham) la abstención no es normal ni funcional, es más bien una señal de que la democracia es poco real para mucha gente que se siente marginada del sistema político. Frente a esto están las teorías del “elitismo democrático” (Bacharach), que afirman que la abstención de un gran número de gente es necesaria para el buen funcionamiento del sistema democrático dado el desigual interés por la política que manifiestan diversos individuos y sectores sociales. Así pues, está claro que el grueso de esta abstención no se rige por parámetros anarquistas, es decir, no tiene un proyecto consciente detrás de destrucción de las instituciones del Estado. El partido de la abstención, que si bien es cierto ha resultado el claro vencedor en buena parte de las elecciones celebradas en los últimos años, y que como es lógico repunta en periodos de crisis social, no es una amenaza para la estabilidad democrática. Aunque se asocie una elevada participación como ideal democrático y como consecuencia, una baja participación refleje el descrédito con el sistema, aparte de los múltiples factores individuales que pueden llevar a una persona a abstenerse en unas elecciones cualquiera, no existe un movimiento en la calle que haga pensar que este gran número de abstencionistas (12 millones de personas en las últimas elecciones generales) piensen que puede existir otra forma de gestión de los asuntos públicos más allá de la política parlamentaria.

Para un anarquista no debería existir nada parecido a un debate sobre la conveniencia o no de participar como votante en un proceso electoral cualquiera. Debería ser una cuestión ampliamente superada tras más de 150 años de rechazo de las prácticas políticas y parlamentarias, y a la vista de hechos históricos que deberían ser conocidos por todos/as los/as militantes. Defender los principios anarquistas de federalismo, autorganización, autogestión, solidaridad y apoyo mutuo, acción directa… excluye de facto la posibilidad de pactos o componendas con el enemigo de clase y sobre todo excluye los chalaneos con la casta política nueva y vieja. El reconocimiento del hecho de que la abstención se produce por diversos factores (individuales y sociales) y no es consecuencia directa de la asunción generalizada por los abstencionistas de los principios y prácticas anarquistas nos puede orientar hacia donde y hacia quienes tendríamos que dirigir tanto nuestra propaganda como nuestras propuestas de intervención social. Caer en la trampa del sistema asumiendo como propias las cuestiones a considerar políticamente en una campaña electoral es entrar en el terreno de su política y manejar sus argumentos, con lo cual nuestra derrota está asegurada: no tenemos nada que vender en el mercado electoral. Sorprendentemente parece que hay un gran interés en hacer entrar a estos minoritarios sectores abstencionistas conscientes en el redil electoral, especialmente en esta campaña que arranca con la excusa de la “alerta antifascista” ante la psicosis VOX, está claro que en un espectro electoral tan fragmentado cada voto cuenta y la izquierda de todas las tendencias es consciente de ello.

Somos un “movimiento” fragmentado y débil, con muy escasa incidencia social, pero somos los únicos que podemos dotar de fuerza y argumentos a los desencantados con el sistema. O cuanto menos, somos los únicos que podemos mantener con vida el utópico sueño de una sociedad libre sin clases sociales y sin Estado. Seguir defendiendo estas ideas que nos separan absolutamente de las políticas parlamentarias, sus “derechas e izquierdas”, es imperativo en estos tiempos de confusión y de venderse al mejor postor. Pero no solo eso. También con nuestras prácticas, en la medida de nuestras posibilidades y siendo realistas con las fuerzas que disponemos, como la ocupación de viviendas y centros sociales, tan necesaria en estos tiempos, podemos mostrar a esos no votantes desencantados y asqueados por las mentiras de los de arriba que podemos luchar contra el sistema y conseguir arrebatarle espacios vitales para desarrollar otras formas de organización fuera de las jerarquías y de la burocracia estatal.

NUEVAS CARAS, VIEJA POLÍTICA: NO LES VOTES.

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